A Tony Todd (1954-2024), quien vivirá por siempre en nuestra filmofilia macabra.

La franquicia de Destino Final inicia junto con el nuevo milenio. Y buena parte de su éxito se debe a su eficaz explotación del horror que nos produce la fatalidad acechante en cada aspecto de la cotidianeidad humana. Desde un electrodoméstico defectuoso hasta un viaje en avión, todo encierra un potencial riesgo el cual puede privarnos de la existencia en un instante, dando pie a una especie de variante extrema de la vitofobia. Y en ese sentido, también establece a una nueva clase de asesino impredecible, imparable, quien no da tregua y ni siquiera tiene un rostro: la muerte misma.

Su retorno fue sin duda, una de las cosas menos esperadas del 2025. Tras catorce años desde el estreno de su última secuela, ahora se lanza una sexta entrega, dirigida a cuatro manos por Zach Lipovsky y Adam B. Stein, cineastas cuyo currículo incluye el live action de Kim Possible (2019) y el largometraje Freaks (2018).

Este nuevo capítulo se sitúa en 1968, cuando Iris Campbell (Brec Bassinger) y su prometido Paul (Max Lloyd-Jones) asisten a la inauguración del lujoso y moderno Restaurante Skyview, el cual haciendo honor a su nombre, se encuentra en la parte más alta de una moderna torre. Desde el primer momento en que Iris pone un pie en ese lugar, comienza a sentirse aprensiva, temerosa, y (siguiendo la fórmula de la serie) percibe diversas señales como augurios de algo terrible. Y (finalmente) lo peor ocurre, dando pie a la que quizás es la mejor secuencia del filme -involucrando entre otras cosas, a una moneda de inocente apariencia-, la cual quizás con el tiempo podría tornarse una de las escenas más recordadas de la antología, y evoca también a una de las grandes precursoras del cine de desastres: Infierno en la torre (Guillermin, 1974).

De pronto, todo el escalofriante asunto es interrumpido, para revelar (continuando con el esquema de sus predecesoras) que todo se trata de una pesadilla. Pero curiosamente, quien la  sufre no es la protagonista de la tragedia - O sea Iris-, sino Stefani Reyes Campbell (Kaitlyn Santa Juana), una joven estudiante que últimamente ha tenido con frecuencia este espeluznante sueño, pero no entiende su significado ni cómo está vinculado con ella, exceptuando el detalle de que la protagonista del mismo se llama como su abuela, a quien por cierto no ve desde hace mucho tiempo.

Con la esperanza de obtener algún tipo de claridad (y quizá con ello sosiego), Stefani indaga entre los miembros de su familia sobre el asunto, e intenta averiguar el paradero actual de su pariente la cual les abandonó años atrás. Finalmente consigue una dirección que le conduce hasta una cabaña de lúgubre apariencia, ubicada en una zona boscosa y apartada, cuyos alrededores se encuentran fuertemente fortificados. En ese lugar halla a una hostil y delirante Iris (Gabrielle Rose) quien le hace a su nieta una insólita revelación: su pesadilla recurrente es en realidad la premonición de una catástrofe a raíz de la cual, ella pudo intervenir y evitarla. Pero al hacerlo no sólo salvó las vidas de todos los que allí se encontraban, también los condenó, al dar inicio -inintencionadamente-  a la famosa maldición que se ha transmitido por generaciones a la descendencia de los supervivientes quienes no estaban destinados a serlo, cuyas consecuencias son el meollo de lo acontecido en las cintas previas. Y ello no terminará hasta alcanzar al último de los descendientes de ese mortal árbol genealógico… a menos que logren encontrar alguna forma de romper dicha maldición.

Desde su inicio en el año 2000, la fórmula de esta franquicia ha permanecido inalterada, estableciendo su propio canon, el cual incluye una sucesión de muertes a causa de bizarros accidentes, que poco a poco e inexorablemente se cobrarán la vida de todos los protagonistas. Y esta continuación no es la excepción, ejecutando eficientemente las conocidas rutinas de momentos de tensión y suspenso; retorcidos percances; muertes violentas con mutilaciones y abundante sangre; y pizcas de humor negro. En ese sentido, cumple cabalmente con lo que ofrece. La única novedad aquí es explicar la génesis de dicha maldición y sus alcances.

Y justamente por esto último y otros detalles, es que la película de Lipovsky y Stein (y su argumento escrito por Guy Busick y Lori Evans Taylor) pareciera apuntar hacia una especie de conclusión de la saga.Percepción reforzada por una serie de conexiones, alusiones y autohomenajes diseminados a lo largo de la trama, los cuales hacen referencia a varias de las entregas más exitosas de la misma. Destacan especialmente aquellas contenidas en una especie de manual (creado por Iris) donde recopila imágenes, recortes de periódicos y notas relacionadas con los letales accidentes acaecidos en sus predecesoras.

Desde luego, una mención especial merece la participación póstuma de Tony Todd interpretando de nueva cuenta al personaje de William Bludworth. Tras luchar por un tiempo con un cáncer de estómago, Todd murió a principios de noviembre de 2024, aunque logró rodar todas sus escenas antes de su partida. De hecho, recientemente se dio a conocer que el monólogo pronunciado por William en la última escena donde aparece (en la cual revela estar enfermo y por ello su intención de dejar de huir de su fatal destino), lo improvisó el propio histrión, y resulta ser una conmovedora despedida tanto del personaje como del actor, dando pie así a una insólita escena donde la realidad y la ficción empatan. Y de alguna forma, su última frase funciona también como una moraleja (inesperadamente emotiva) para darle un buen cierre: “Me propongo disfrutar del tiempo que me queda, y te sugiero que hagas lo mismo. La vida es preciosa. Disfruta de cada segundo. Nunca se sabe cuándo... Buena suerte”.